Domingo dentro de la octava de Navidad La Sagrada Familia
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Leccionario: 17
Primera Lectura
Lectura del libro del Eclesiástico
(3,2-6.12-14):
El Señor honra al padre en los hijos
y respalda la autoridad de la madre sobre la prole.
El que honra a su padre queda limpio de pecado;
y acumula tesoros, el que respeta a su madre.
Quien honra a su padre,
encontrará alegría en sus hijos
y su oración será escuchada;
el que enaltece a su padre, tendrá larga vida
y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre.
Hijo, cuida de tu padre en la vejez
y en su vida no le causes tristeza;
aunque se debilite su razón, ten paciencia con él
y no lo menosprecies por estar tú en pleno vigor.
El bien hecho al padre no quedará en el olvido
y se tomará a cuenta de tus pecados.
Palabra De Dios
Salmo Responsorial
Sal 127, 1-2. 3. 4-5
R.
(cf. 1) Dichoso el que teme al Señor.
Dichoso
el que teme al Señor
y sigue sus caminos:
comerá del fruto de su trabajo,
será dichoso, le irá bien.
R. Dichoso
el que teme al Señor.
Su
mujer, como vid fecunda,
en medio de su casa;
sus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de su mesa.
R. Dichoso
el que teme al Señor.
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor:
“Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.”
R. Dichoso
el que teme al Señor.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Colosenses (3,12-21):
Hermanos: Puesto que Dios los ha elegido a ustedes,
los ha consagrado a él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos,
humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan
quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas
estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión.
Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a
la que han sido llamados, como miembros de un solo cuerpo. Finalmente, sean
agradecidos.
Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su
riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el
corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos
espirituales; y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del
Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo.
Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo
quiere el Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean rudos con ellas. Hijos,
obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no
exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman.
Palabra De Dios,
Aclamación antes del Evangelio
Col 3, 15. 16
R. Aleluya, aleluya.
Que en sus corazones reine la paz de Cristo;
que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqeuza.
R. Aleluya.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según san
Lucas (2,22-40):
Transcurrido el tiempo de la purificación de María,
según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo
primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice
la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón
justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el
Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes
al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y
María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley,
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de
semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le
anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en
Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto
los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el
alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de
la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años
casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni
de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en
aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del
Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra Del Señor
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